Dr. Ricardo I. Foster

28.05.2020

Ricardo Ignacio Foster (Buenos Aires, Argentina; 1 de febrero de 1881 - Rosario, Santa Fe, Argentina; 17 de junio de 1959) fue un abogado y político argentino, diputado de la provincia de Santa Fe en 1934-1935 [1], y Ministro de Instrucción Pública de la misma Provincia en los dos años siguientes. [2]

Familia

Ricardo Ignacio Foster era hijo de Adelaida Ponsati Vidal (1847-1916), originaria de Buenos Aires, y Enrique Foster (1842-1916), colonizador y agrimensor argentino, fundador de Monte Oscuridad y cofundador de la ciudad de Resistencia, Provincia del Chaco, Argentina.

Su padre tuvo un hijo natural alrededor de 1865 con Isabel Llames (1845-?) llamado Enrique Arturo Foster (1865-?) pero unos años más tarde se casó con Adelaida Ponsati, el 17 de enero de 1873 en Buenos Aires, Argentina, y con quien tuvo 7 hijos: Alejandro Foster (1877-1951), Ricardo Ignacio Foster (1881-c.1959), María Foster (1873-1873), Celia Cecilia Foster (c.1889-?), Ricardo Luis Foster (1874-1874), Enrique V. Foster (1878-1942), Carlos Foster (c.1866-?).

Alejandro Foster (1877-1951) fue ingeniero agrónomo, fundador en 1924 y presidente de la Sociedad Rural Argentina de Trenque Lauquen en 1933, 1934 y 1935, y se casó con María Magdalena Paula Nazar Miguens (c.1864-?).

Celia Cecilia Foster (c.1889-?) se casó con Álvaro Francisco Leguizamón Ovalle (1883-1956), a su vez hijo de Guillermo Leguizamón del Llano (1853-1922), político y uno de los fundadores y principales artífices de la formación de la Unión Cívica Radical con quien mantuvo una estrecha relación con Leandro N. Alem (1841-1896) y Bernardo de Irigoyen (1822-1906) hasta el final de sus días.

Enrique V. Foster (1878-1942) fue un profesor universitario y pediatra argentino, y se casó con Corina de Tezanos Pinto Torres Agüero (1879-1979), a su vez hija de David de Tezanos Pinto (1849-1934), un abogado y catedrático de universidad chileno que se destacó tanto en el ámbito público como en el privado y fue considerado una eminencia en materia de derecho.

Los dos hijos restantes, Maria Foster (1873-1873) y Ricardo Luis Foster (1874-1874) murieron al nacer.

Cabe señalar que el hijo del primer matrimonio de su padre Enrique, Enrique A. Foster (1865-?), fue un próspero comerciante y político argentino que se casó con la española María Dolores Castaño (c.1870-?) en 1890.

Ricardo I. Foster se casó con Ana Mooney en la provincia de Santa Fe, Argentina y fueron padres de 3 hijos: Tomás Foster (1924-?), Ana Amalia Foster (c.1926-?) y Alejandro Foster (1928-?), quienes le brindaron numerosa descendencia. [5]

Biografía

Ricardo Ignacio Foster nació el 1 de febrero de 1881 en Buenos Aires, Argentina. [6] Sus padres se habían radicado allí por un tiempo, y luego de la firma del Acuerdo de Paz y Comercio entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires en 1854, regresaron a la Provincia de Santa Fe, Argentina. [7]

Tuvo unapróspera carrera luego de recibir el título de Doctor en Ciencias Jurídicas, para lo cual utilizó las influencias de su padre Enrique Foster (1842-1916). Se graduó en 1905 de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

Actuación en la República Argentina

Ricardo Ignacio Foster fue Profesor de Geografía Económica en la Facultad de Ciencias Económicas y la Universidad Nacional del Litoral; Colegio Nacional Nº 91 y Escuela Nacional de Comercio de Rosario en la Provincia de Santa Fe desde 1910 hasta 1942 inclusive. [8]

Ha sido Decano de la misma Facultad de 1927 a 1930; nuevamente en 1934 y 1935, y Vice Rector de la Universidad Nacional del Litoral de 1928 a 1929.

Ocupó el cargo de Jefe de Policía en el Departamento de San Lorenzo en la misma Provincia de 1930 a 1931 y más tarde fue Presidente de la Comisión de Fomento, organización que buscaba el logro de los beneficios para los pobladores de la Colonia Jesus Maria, Santa Fe de 1931 a 1933.

Se desempeñó como Diputado Provincial de Santa Fe de 1934 a 1935 y fue Ministro de Instrucción Pública en Rosario, Santa Fe [9] de 1935 a 1937. [10]

Trabajó como Miembro del Directorio del Nuevo Banco de Santa Fe, originalmente llamado Banco Provincial de Santa Fe desde 1938 a 1939 y fue Director de la Empresa Municipal Mixta de Transporte Rosario S.A. en 1942 y 1934, que pertenece a diversas instituciones. [11] 

Fue Fundador y Presidente del Coro Estable de Rosario, uno de los coros más antiguos de Argentina desde 1942 a 1945 y escribió varios libros didácticos y de la disciplina de su profesión.  

  • Ricardo I. Foster, publicó en 1939 su Contribución a la Historia del Chaco (Exploración de 1875-1876 y fundación de Resistencia) con el fin de rescatar la gesta de su padre Enrique Foster (1842-1916), [12] reclamando que en Argentina 'es ya tiempo que se empiece a historiar el desarrollo de sus distintas comarcas y la actuación de quienes fueron los meritorios ciudadanos, militares o civiles, que aún permanecen en el anonimato, y destacó el valor patriótico y la obligación moral del cultivo de la historia'. [13]

Contribución de la Historia del Chaco (Exploración de 1875-1876 y fundación de Resistencia) - Por el Dr. Ricardo I. Foster

En memoria de mi padre ENRIQUE FOSTER (Agrimensor Nacional Titulado el 22 de marzo de 1864)

A cuenta de una deuda inextinguible

CONTRIBUCIÓN DE LA HISTORIA DEL CHACO (Exploración de 1875-1876 y fundación de Resistencia) - Por el Dr. Ricardo I. Foster.

Promediaba el año 1874, y las regiones del norte santafecino a partir de los 29º 2' hasta los 28º de latitud meridional, actual límite de la provincia de Santa Fe con el territorio nacional del Chaco, pertenecían aún al dominio del salvaje, excepción hecha de uno que otro reducidísimo núcleo de población blanca encastrado en el desierto que se extendía sobre la margen derecha del Paraná, río que constituía la única vía de contacto entre los antiguos poblados de aguas arriba y aguas abajo creados en la época del coloniaje español.

Todo el interior, lo que hoy constituye parte de los departamentos 9 de Julio, Vera y General Obligado en la provincia de Santa Fe, eran tierras llamadas misteriosas por el casi absoluto desconocimiento en que se las tenía, como no fuera por el tránsito fugaz de algunas expediciones de blancos, tanto en la época de la conquista hispánica, como en la posterior a la independencia de la Provincias Unidas del Río de la Plata, cuyas expediciones, por lo demás, siempre se habían realizado a través de las comarcas cercanas a los ríos y arroyos que las surcaban.

Habían pasado veinte años desde la caída de Juan Manuel de Rosas y desde que se creara la Confederación Argentina, y aún el territorio de la República Argentina escapaba al contralor de sus gobernantes en la gran mayoría de su extensión, debido a las depredaciones del indígena, que constantemente descolgaba sus malones sobre las avanzadas de la civilización, representadas por las estancias criollas que se extendían hasta no muy lejos de los núcleos de la población más importantes, fundados por los españoles en sus épocas de conquista y colonización.

Los más peligrosos e incómodos para los blancos, eran los indios del sud y del oeste de Buenos Aires, porque en este poblado que más tarde habría de llegar a ser la ciudad capital de la República Argentina, radicó siempre el núcleo más importante de población urbana del país; y también, porque desde él se irradiaba el manantial más destacado de la unidad nacional perseguida con tanto tesón desde la época de la independencia (1816), y especialmente desde el triunfo de Urquiza en Caseros (1852). Por eso fue que nuestros gobiernos centrales, desde los tiempos de Rosas, hicieron manifestaciones de fuerza militar para defender a los pobladores rurales del castigo esporádico pero inacabable de los malones indios, hasta culminar en la llamada "Campaña del Desierto" dirigida por el General Julio Argentino Roca, que dió por resultado parapetar al bnaco tras la línea de fortines del río Negro, obligando a los indios del sud a permanecer en los alejados lugares de la Patagonia, por entonces imposible de ser utilizada como ya lo es hoy a los fines del enfrandecimiento nacional.

Apenas hace cincuenta y cuatro años, en 1883, el Coronel Racedo batía por el oeste, en los bañados del Atuel, al occidente del actual territorio de la Pampa Central, las últimas indiadas depredadoras. Las que quedaron dentro del cerco, se redujeron y domesticaron, entregándose poco a poco a la acción civilizadora del hombre blanco.

Hacia el norte de Buenos Aires, también el indígena, en parte absolutamente salvaje y semi salvaje en su mayoría, pero conservando los estigmas de su ascendencia incivilizada, dominaba los extensos campos, en los que sólo aparecían salpicadas a largas distancias unas de otras, como centros de civilización blanca, las ciudades y pueblos fundados en el período colonial.

De ahí las tribulaciones de los blancos cuando tenían que trasladarse o transportar sus mercaderías de un pueblo a otro, a través del desierto, expuestos siempre a las sorpresas del indio o del gaucho alzado contra las instituciones emergentes de las autoridades constituidas en los centros urbanos.

Habían transcurrido veinte años entre la presidencia del General Justo José de Urquiza y la del doctor Nicolás Avellaneda, y aún no se había dictado la ley general que después habría de regir la administración y gobierno de los territorios nacionales, entre cuyas extensiones estaban comprendidas no sólo las superficies que hoy abarcan ellos, sino también muchas otras que por leyes posteriores entraron a formar parte de los territorios provinciales.

Contábase entre estos últimos parte del territorio que se designaba con el nombre genérico de "Chaco", el que estaba constituido por lo que hoy es el Chaco propio, Formosa, Chaco Santafecino, Chaco Santiagueño y Chaco Salteño, quedando comprendido entre la margen derecha del río Paraná por el este, el río Pilcomayo por el norte, - dejando de lado las pretensiones argentinas hasta el río Verde que fueron reducidas hasta el Pilcomayo por el laudo arbitral que resolvió nuestra cuestión de límites con el Paraguay, - y el arroyo del Rey por el sud, extendiéndose por el oeste hasta terminar la llanura. De la región oriental de esa porción de territorio argentino, el comprendido desde el arroyo del Rey hasta el paralelo 28º de latitud sud, pasó a formar parte, después de la provincia de Santa Fe; y el resto, hasta llegar al río Bermejo, fue incluido en la superficie correspondiente al actual territorio nacional del Chaco.

Ante la falta de una ley general que estableciera en qué forma y modo deberían ser administrados los territorios que escapaban a la acción de los gobiernos provinciales, urgía que el Gobierno Nacional proveyera cuanto antes lo conducente a la administración de la región chaqueña, por estar situado en el litoral que era donde mayor impulso iba cobrando la civilización introducida por los conquistadores y colonizadores europeos, y que luego fuera continuada por sus descendientes criollos, debido a la circunstancia de quedar sobre una de las márgenes de un río tan navegable como lo era el Paraná.

A iniciativa del progresista gobierno que presidiera el doctor Nicolás Avellaneda, el mismo que dos años después habría de promulgar la primera ley general de colonización y que secundara desde su cartera ministerial el destacado estadista santafecino don Simón de Iriondo, el Congreso Nacional dictó una ley que luego fue promulgada con fecha 6 de octubre de 1874, en la que se disponía que mientras no se dictara la ley general para la administración y gobierno de los territorios nacionales (Art. 1), el territorio del Chaco, situado sobre la margen derecha del río Paraná y comprendido entre el río Bermejo y el arroyo del Rey, sería regido, bajo la dependencia del Poder Ejecutivo Nacional, por un Jefe Político, juez de paz y comisiones municipales que serían designadas de conformidad a las prescripciones de la misma ley.

Como se ve, en 1874 todavía dependían del Gobierno Nacional las comarcas santafecinas que más o menos van desde un paralelo a la altura de la actual ciudad de Reconquista, hasta el paralelo 28º que hoy delimita la provincia de Santa Fe con el territorio nacional del Chaco. Es sobre esta región que me propongo hacer un poco de historia, ligándola a la comprendida entre el citado paralelo 28º y el río Bermejo, límite entre Chaco y Formosa.

Por ley de 6 de octubre de 1874, el Jefe Político debería ser designado por el Poder Ejecutivo Nacional (Art.2), debiendo dicho funcionario entender con arreglo a las leyes de la Nación, en todo lo relativo a la administración, fomento, seguridad y colonización, quedando al mismo tiempo como jefe superior de la guarnición, gendarmería y guardia nacional (Art. 4).

Se disponía también, que el Poder Ejecutivo Nacional estableciera cantones militares sobre la margen derecha del rio Paraná en los puntos situados frente al Rincón de Soto, a los pueblos de Bella Vista y Empedrado y a la ciudad de Corrientes (todos éstos sobre la margen izquierda del Paraná), eligiéndose sobre aquella margen derecha, las localidades más adecuadas para la traza de los pueblos que luego se mandarían delinear, dividiendo sus territorios en solares y lotes de quintas y chacras (Art.10). VÉASE EN ESTA DISPOSICIÓN LEGISLATIVA LA ORDEN OFICIAL DE NACIMIENTO DE LA ACTUAL CIUDAD DE RESISTENCIA, la ahora hermosa y progresista capital del Chaco.

Poco tiempo después de sancionada la ley, el 29 de marzo de 1875, Avellaneda e Iriondo subscribieron un decreto nombrando Jefe Político del territorio del Chaco, comprendido entre el arroyo del Rey y el rio Bermejo, a don Aurelio Díaz (Art. 1); y disponiendo que éste, conjuntamente con el jefe de frontera norte, Coronel Manuel Obligado, nombre que hoy ostenta con digno orgullo uno de los departamentos más promisores del norte santafecino, y con el Agrimensor don Arturo Seelstrang, procedieran inmediatamente a hacer el reconocimiento de ese territorio y elejir los puntos más adecuados para los pueblos y cantones a que la ley hacia referencia (Art. 2), cada uno de los cuales debería ser fundado sobre cuatro leguas cuadradas, destinándose 100 manzanas de 100 metros por lado para formar el pueblo con solares de 50 por 50 metros; 200 manzanas para la formación de quintas, y el resto para chacras de 400 metros de frente por 500 de fondo. En el trazado del pueblo debería reservarse en su centro, cuatro manzanas unidas para plaza, y en las manzanas adyacentes, lugares destinados para templo, escuela, jefatura, juzgado de paz y demás edificios públicos. El ancho de las calles debería ser de 20 metros (Art.3), lo que importaba una sabia reacción sobre la estrechez de las calles de los pueblos coloniales, pero no la suficiente si nos atenemos a los principios del urbanismo de nuestros tiempos. Es ley humana la de que el hombre de un momento histórico cualquiera, se quede siempre corto en las previsiones del futuro.

Posteriormente a ese decreto, el agrimensor Seelstrang, hombre algo entrado en años y sin mayor experiencia sobre las regiones chaqueñas, habiendo posiblemente recapacitado sobre la importancia y dificultades de la misión científica que le correspondería cumplir en tierras hasta entonces desconocidas, se presentó al Gobierno Nacional manifestando que para poderla realizar con éxito, necesitaba el nombramiento de otro agrimensor y dos ayudantes, asegurando que en esa forma se abreviarían los trabajos sin aumentar su costo.

Conforme a dicha petición y por esos fundamentos, el 14 de julio de 1875, el Presidente Avellaneda y su Ministro Iriondo, subscribían un nuevo decreto nombrando (Art. 1) miembro de la Comisión creada por el decreto del 29 de marzo, al Agrimensor don Enrique Foster, mi padre, cuyo recuerdo cultivo como uno de mis más sagrados deberes; y designando ayudantes sin título profesional, a los señores Felipe S. Velázquez y Wenceslao Castellanos.

El 3 de septiembre de 1875, la Comisión Exploradora y encargada de fijar los puntos y delinear los pueblos, cantones y colonias que habrían de fundarse en el Chaco hasta entonces habitáculo del salvaje, quedó definitivamente formada por el Jefe Político don Aurelio Díaz, el Coronel don Manuel Obligado y los Agrimensor titulares Arturo Seelstrang y Enrique Foster, recibiendo del Jefe del Departamento de Ingenieros de Buenos Aires, don Justiniano Lynch, las instrucciones pertinentes para el cumplimiento de la misión encomendada por el Superior Gobierno Nacional.

Es interesante destacar que en esas instrucciones (Art.1) se recomendaba a la Comisión, que para la elección de los parajes en que habrían delinearse los pueblos y cantones militares cuya creación animaba el principal propósito de la recordada ley de 1874, se procurara "reunir en lo posible las ventajas de tener terreno elevado adaptable a los cultivos y próximo a la riberna del Paraná, a donde éste sea más accesible y pueda propocionar buenos embarcaderos".

EN LAS SUGERENCIAS EXPRESADAS EN LAS INTRUCCIONES DE LYNCH QUE ACABO DE TRANSCRIBIR, SE DESCUBRE EL ORIGEN ESPIRITUAL, POR ASI DECIRLO, DE LA ACTUAL CAPITAL DEL CHACO Y DE SU PUERTO DE LA BARRANQUERA, desde que la primera debió asentarse en terreno elevado adaptable al cultivo, pero próxima a la ribera del Paraná donde éste pudiera ser accesible y proporcionar un buen embarcadero como el que hoy funciona en La Barranquera. EL ORIGEN MATERIAL QUEDÓ EN MANOS DE LOS AGRIMENSORES QUE, COMO PERITOS, ELIGIERON LOS LUGARES Y DEMARCARON Y AMOJONARON LOS TERRENOS PARA LA FORMACIÓN DEL CENTRO URBANO Y SUS TIERRAS DE PAN LLEVAR.

Después de fijarse expresamente en las instrucciones de Lynch los detalles a que debería ajustarse la delineación de las colonias y pueblos a fundarse, en el art. 10 se encomendaba en breves palabras a los agrimensores de la expedición que al medirlas y subdividirlas, también "deberían relevar todos los accidentes topográficos del terreno, así como acompañar a la memoria descriptiva que oportunamente deberían presentar al Gobierno de la Nación, sus apreciaciones sobre los accidentes físicos del suelo, productos naturales, capacidad para el cultivo, etc., u otros detalles que fuere conveniente consignar, A FIN DE FORMAR UNA IDEA SOBRE SUS CONDICIONES Y PROBABLE DE CULTURA".

Era, como se ve, toda una misión científica de alta trascendencia, la que se encomendaba a los Agrimensores Seelstrang y Foster, expedicionando en regiones de las que el gobierno estaba muy lejos de tener una idea concreta, como resulta del reconocimiento expreso en las instrucciones a que me vengo refiriendo, de que esa idea de carácter preciso habría de formarse recién a base del informe que se recomendaba presentar en oportunidad a los técnicos de la expedición. Con sobrada razón, pues, en la memoria respectiva, habrían ellos de calificar luegos de "tierras misteriosas" a las que tuvieron que recorrer, y enorgullecerse de haber realizado la primer misión científica argentina, a bordo del primer barco a vapor que surcó las aguas de los riachos y brazos santafecino-chaqueños del Paraná, enarbolando pabellón argentino y con tripulación netamente argentina.

El territorio que esa misión científica exploró, se extiende desde la desembocadura del "Curapi", arroyo que liga el Arroyo del Rey, con el riacho San Javier, situada dicha desembocadura a los 29º19'3" de latitud sud, y 59º35'26" de longitud oeste de Greenwich, hasta la desembocadura del río Bermejo en el río Paraná, situada a los 26º51'50" de latitud meridional y 58º28'30" de longitud occidental, lo que significaba una extensión de costal fluvial sobre los rios Paraná y Paraguay de 193 millas náuticas, amén de la exploración de ríos, riachos y arroyos interiores que surcan esas regiones de denso bosque chaqueño por aquellas épocas.

La expedición duró seis meses, según se afirma en el texto de la memoria que la Comisión Exploradora elevó al Gobierno Nacional el 31 de mayo de 1876; pero si nos atenemos a ocho fechas asentadas en los planos marcando momentos determinados de la exploración, puede afirmarse que la expedición duró sobre el terreno por lo menos hasta los primeros días de abril de 1876, a pesar de que en el acápite de los tres planos que se adjuntaron a la memoria, se hace constar que se expedicionó desde octubre de 1875 hasta marzo de 1876. Esas ocho fechas aparecen con letra manuscripta de mi inolvidable padre y fueron luego transportadas con iguales rasgos a los planos impresos.

Vale la pena seguirlas por su orden cronológico, porque develan las épocas precisas de algunos de los recorridos efectuados por los expedicionarios, demostrando la diligencia empleada en el cumplimiento de su misión, y porque la verdad histórica exige siempre la minucia en la atestación de los acontecimientos.

Recuérdese que las instrucciones de Lynch fueron expedidas en la ciudad de Buenos Aires durante el mes de septiembre de 1875. Para los primeros días de octubre del mismo año, la expedición no sólo había llegado sobre el terreno a explorarse, sino que ya el día 7 de este mes, después de haber remontado el río Bermejo desde su desembocadura en el Paraguay, en una distancia aproximada de 30 kilómetros hasta sobrepasar una toldería de indios Tobas que se encontró sobre la margen derecha, tuvo que retroceder por falta de agua para continuar la navegación.

Quince días más tarde, el 22 de octubre, después de un recorrido de algo más de 15' de longitud, contados de este a oeste, remontando el rio Negro a cuya margen derecha emerge ufana la ciudad de Resistencia, la expedición se vio forzada a regresar también por falta de caudal y por exceso de camalotes en la corriente. El plano asienta que a esa altura ya no se encontraba una profundidad de aguas superior a las dos brazas.

El 17 de febrero de 1876, al reconocerse el curso del riacho "Paraná-mini", la navegación se vió interrumpida más o menos a los 28º27' de latitud sud, porque no obstante encontrarse tres brazas de agua suficientes para el calado de la embarcación, los camalotes obstruían completamente la marcha.

Igual conveniente tuvo la expedición cuatro días después, el 21 de febrero, al intentar la navegación del arroyo "del Rey" desde su desembocadura en el riacho de "Amores"; y el mismo día, después de remontar el arroyo "Saladillo", que desemboca junto con el del Rey en el citado riacho de Amores, tuvo que volverse por falta de agua ya que la profundidad sólo era de 5/8 de braza, desde más o menos los 29º 4' de latitud sud. Penetrando luego por el río Amores, que corría de norte a sud y desembocaba de la citada latitud, a donde se llegó el 27 de febrero, siendo imposible continuar la navegación por la gran existencia de camalotes y por la falta de caudal, habiendo la sonda acusado apenas 6/8 de agua.

Finalmente, vuelta la expedición hacia el norte, se asienta en el plano respectivo como última fecha, la del 4 de abril de 1876, en cuya data se encontraba la Comisión remontando el río "Tragadero", que es tributario del Paraná, mas o menos en la intersección del paralelo de los 27º 21' con el meridiano de los 58º 59'.

La memoria o informe sobre los resultados de la exploración que los peritos técnicos Agrimensores Seelstrang y Foster redactaron y que también fue subscripto por el Coronel Manuel Obligado, se editó luego en Buenos Aires por la Tipografía y Litografía del "Courrier de la Plata", en el año 1877.

Contiene párrafos y apreciaciones de una alta sugerencia histórico-geográfica, exploradas, con lo que éstas son en la actualidad; porque evidencia el enorme desarrollo y progreso social, político, económico y de todo orden que se ha producido en el corto lapso de sesenta años, algo menos de lo que normalmente dura la vida de un solo hombre.

Los agrimensores de la expedición comenzaron su memoria, diciendo que con tan ventajosa posición geográfica como la que tenía la región acababan de explorar, "parecía ella destinada a formar una de las primeras y más importantes bases de la colonización española, que al principio procuró establecerse con preferencia en la parte superior de los ríos, fundando los florecientes pueblos de Asunción y Corrientes casi al mismo tiempo que el de Buenos Aires; pero el carácter de esos ríos y la naturaleza del terreno, oposieron una insuperable barrera a sus esfuerzos, reservando a nuestros siglo y a un gobierno republicano y progresista, el honor de emprender una obra de la cual desistió el fuerte poder administrativo del tiempo colonial". Y agregan algo más adelante: "Lo complicado de la red de canales poco profundos y tortuosos que separan las verdes islas, fácilmente se comprende aterraran a los primitivos colonos, haciéndoles preferir las elevadas barrancas de fácil acceso de la margen izquierda del río, a las eventualidades de la penosa navegación de esos riachos misteriosos, para procurar un punto donde establecer sus hogares en la nueva patria que elegían. Por esta razón quedó el Chaco durante siglos, siendo un vasto territorio desconocido, en poder los salvajes aborígenes; y exceptuando a los Jesuitas, que estuvieron algún tiempo poblados en él, sólo ha sido visitado de vez en cuando por aventureros que buscaban las valiosas maderas que contiene, o comerciaban con los indios cambiando, a riesgo de su propia vida, artículos de poco valor, por los cueros y plumas, productos de sus cacerías, con lo que efectuaban un bien lucrativo negocio".

Los párrafos que acabo de transcribir, muestran a grandes rasgos el escenario en que debió actuar la expedición científica de 1875-1876, para develar el misterio que rodeaba esas regiones; y, como en su informe escrito se asienta, para "practicar estudios y reunir datos que pudieran servir para la ciencia, siendo provechosos, al mismo tiempo, para introducir la civilización en tan rica comarca".

¡Qúe clara visión del porvenir! ¡Si les hubiera sido dable a los expedicionarios de 1875 observar con sus propios ojos los resultados de su exploración!

Ellos comenzaron su odisea por entre los ríos, riachos y arroyos que conforman el vasto archipiélago que se recuesta sobre las costas chaqueñas que baña el formidable río Paraná.

Establecieron la existencia del "Pira-cuá" (cueva de pescado), constatando que no era más que el comienzo del "Paraná-mini" por la parte del norte, Paraná-mini que corriendo paralelamente a las costas del Paraná, como dos o tres leguas hacia adentro, desarrolla su curso por terrenos bajos o anegadizos; pero que por ser el que más se acerca a las tierras cultivables del oeste situadas sobre lo que los agrimensores de la expedición calificaron de "costa firme", pensaron ellos que parecía destinado a ser la gran arteria para el tráfico comercial del territorio, aunque por aquel entonces lo encontraron de dificultosa navegación, debido a las grandes masas de plantas acuáticas (camalotes) que lo obstruían durante casi todo el año, llegando hasta cambiar la calidad de las aguas y la dirección de la corriente.

Esa "costa firme" del oeste que son las tierras altas hoy perfectamente civilizadas y económicamente aprovechadas en su gran mayoría, los expedicionarios sólo podían verla de lejos desde su embarcación; pero la marcaban como lugar a propósito para la fundación de colonias y pueblos, sin poderla alcanzar por tierra ni por los canales poco profundos, por falta de los elementos necesarios, ya que sólo disponían de una escasa tripulación, actuando en un barco a vapor que exigía para su navegación un cierto caudal de aguas.

Calculaban que para ir por tierra se hubieran necesitado carros, muchos bueyes, mulas y caballos, víveres para seis semanas y un número de peones y soldados de escotta que no podría bajar de cincuenta personas, porque los indios de la región se mostraban cada vez más hostiles.

La Comisión juzgó que debería calificarse de temerario su proceder, si hubiera expuesto a las eventualidades de una sorpresa de parte de los salvajes, tanto la vida de sus empleados y peones como el valioso material de la propiedad de la Nación de que disponía a bordo, lanzándose con un puñado de hombres, es la expresión usada en el informe de los agrimensores, a la exploración de esas inhospitalarias regiones. Por eso decidió cumplir su cometido internándose en el vaporcito de que disponía, por las vías de agua que más pudieran aproximar a tierra firme, ejecutando cortas expidiciones terretres en los puntos convenientes y desde el final de cada navegación, para cerciorarse mayormente de la calidad del terreno y estudiar sus condiciones para el establecimiento de las colonias y la posibilidad de su acceso por la vía fluvial del Paraná.

Para dar cumplimiento a ese plan fue que se comenzó la exploración navegando todos los brazos, ríos, riachos, arroyos y lagunas accesibles de la región. Río Bermejo, Laguna Negra, riacho de Amores con sus tributarios, Ivirá-pitá, Paraná-mini, Palometa-cua, Pira-cuá, ríos Negro, Tragadero Ancho, Oro, Quiá, etc., fueron objeto de prolijas exploraciones y relevamientos. Así lo acusan los tres planos a gran escala que los agrimensores Seelstrang y Foster agregaron a su informe final, en los que con lujo de detalles y una encomiabe minucia, asentaron todas sus observaciones relativas al territorio que atravesaron por agua y también por tierra, ya que fueron muchos los desembarques para recoger datos más precisos de la naturaleza y condiciones del suelo para el logro de las finalidades de la expedición, que principalmente eran las de marcar sitios apropiados y hasta proceder al delineamiento de las cuatro colonias y cantones que de inmediato habrían de fundarse por el Gobierno de la Nación.

Como consecuencia de las exploraciones, a que antes me he referido y que se efectuaron por el brazo Laguna Negra, riacho de Amores y sus tributarios Arroyos del Rey y Saladillo, atravensado algarrobales indicadores de terreno seco y densos palmares de palmera negra que acusan lo bajo de los suelos, por tierra se cruzó la región de bajíos comprendida entre el río Amores y el arroyo Saladillo hasta alcanzar la llamada "costa firme" que desde la embarcación se divisaba en dirección oeste.

Reconocido el terreno y encontrándolo aparente, fue que se procedió al trazado de la colonia "Timbó" en esos lugares, ya que de conformidad a lo prescripto por el art. 10 de la ley de 1874, debía ubicarse una colonia enfrentando al Rincón de Soto formado por el río Paraná en las costas correntinas hacia el norte de Goya y próxima al paralelo 29. Diósele el nombre de Timbó a la colonia, debido a la existencia del arroyo epónimo, afluente del Saladillo, que cruzaba próximo al límite meridional del perímetro en que se hizo el trazado.

Describiendo esos bajitos que van desde el Paraná-mini hasta la costa firme, no escapo a la tentación de transcribir dos cortos párrafos de la memoria de los agrimensores. "Hacia el occidente de este riacho (se refieren al Paraná-mini y Pira-cuá) y hasta llegar a la tierra firme del Chaco se extienden bañados de una y dos leguas de anchura, que a veces presentan serios obstáculos para el tránsito, pero los que van a desaparecer bajo la influencia del trabajo puesto que a lo sumo es cuestión de algunos diques y puentes a través de esteros y arroyos, para lo que abunda el material. Pasados esos bañados que ya están dotados de bastantes grupos de árboles, se levanta repentinamente una líndisima loma de doce a quince metros de altura, de cuya cumbra hacia el occidente se extiende una inmensa llanura verdeante sembrada de isletas de monte que aparecen aquí y acullá, y surcada de gran número de arroyos y aguadas permanentes". Y especializándose con respecto a las regiones inmediatas al asiento de la ciudad de Resistencia, actual capital del Chaco, agregaban: "Desde la boca septentrional del riacho Pirá-cuá hacia el norte, el aspecto general cambia bastante. El Paraná o alguno de sus brazos mayores corre en una extensión de 15 millas al pie mismo de la tierra firme, que se eleva en forma de una barranquita de 3 a 5 metros sobre la superficie del agua, facilitando con ésto a los buques, atracar donde mejor les parece. El terreno se levanta insensiblemente hacia el poniente; gran número de lagunas y esteros lo atraviesan en todas direcciones y los bosques son más cercanos los unos a los otros y mucho mayores; pero en tiempo de una creciente excepcional como la de 1857, aún el punto más elevado de esta costa, que es la barranquera de San Fernando (Es en esta barranquera que se ubicó el asiento de la actual ciudad de Resistencia), se inunda, encontrándose sobre ella 1 metro 89 centímetros de agua, pudiendo entonces los buques penetrar directamente hasta los obrajes de San Fernando y de la Horqueta para cargar maderas. Inmediatos a éstos últimos puntos desembocan los ríos Negro y Tragadero. El primero en 27º 27' 49" de latitud sud y 58º 56' 4" de longitud, a pesar de sus innumerables vueltas, es casi siempre navegable hasta unas 20 leguas tierra adentro; el segundo, en latitud 27º 27'30" y longitud 58º 54' 35", es navegable igualmente hasta una laguna llamda La Horqueta, distante 7 leguas de la costa. El arroyo Jné (Hediondo) también tiene su curso inmediato a los anteriores; siendo el agua de todos éstos tres arroyos impotable por ser salobre y componiéndose sus costas de terrenos anegadizos, expectuándose algunos albardones que en ellos se encuentran y que los hacen muy adaptables para criaderos de haciendas vacunas y yeguarizas".

En una de las faces de la expedición, sus técnicos se especializaron explorando los riachos y adyacencias de la región que enfrentaba a la población correntina de Bella Vista, porque precisamente frente a ella es que el art. 10 de la ley de 1874 disponía fijar y delinear otra colonia y acantonamiento de tropas para la defensa contra el indígena.

Fue con ese propósito que remontaron el Paraná-mini hasta donde les fue posible la navegación; retrocedieron luego hasta el Paraná, y navegando hacia el norte, penetraron por la boca del riacho "Ivirapitá" que queda frente a la isla "Yuruatá", y después de recorrerlo en toda su extensión hacia el sud, al encontrar la afluencia de un riacho que luego constataron ser un brazo del Paraná-mini, remontaron este brazo en canoa, por no ser posible hacerlo con el vaporcito de la expedición.

Los intrépidos navegantes de la canoa recorrieron ese brazo de Paraná-mini en una distancia de más de 6 millas náuticas, sin asentar luego en su informe final los azares de esa exploración, sin exhalar la más mínima queja contra el calor excesivo, contra las alimañas propias de la región, ni contra el peligro siempre latente del ataque del indio. Solo informaron que las márgenes del riacho estaban constituidas por "dos albardones de 3 a 4 metros" de elevación cubiertos de lindísimos árboles que ofrecen preciosas vistas y "sombras a los navegantes".

Esa alusión a la sombra del bosque circundante, es toda la protesta que elevan los esforzados expedicionarios contra el calor ambiente en que tuvieron que desarrollar sus actividades.

Dejaron también constancia de la existencia de grandes árboles en la corriente del riacho, algunos conservando todavía su verde follaje, y otros ya secos y fuertemente arraigados con sus gajos en el fondo del río, presentando serios peligros para las embarcaciones; y agregan: "Habrá que limpiar bastante este riacho extrayendo los mencionados raigones, para formar de él una vía cómoda y trocarlo en una de las arterias principales del comercio del Chaco, para lo que está destinado por su situación y profundidad que varía de una y media a dos y media brazas".

Así alcanzaron el paraje que denominaron "Las tres bocas", por formarlas el Paraná-mini, que viniendo del norte, desde ese punto envía un brazo que sale al Ivirapitá, precisamente el riacho que los expedicionarios acababan de remontar en canoa, desprendiéndose otro brazo hacia el sud hasta entrar en el llamado "Laguna Negra".

Ese paraje de "Las tres bocas" lo utilizaron los expedicionarios para depropósito de provisiones y como punto de partida para una expedición terrestre que practicaron en dirección al oeste, buscando terrenos aptos para el trazado de la colonia que según la ley debía fundarse sobre la margen derecha del Paraná en las regiones que enfrentaban a Bella Vista.

Construyeron una ramada para cobijar los viveres y enseres y se abrieron camino por entre el "tacuaral", dejándolo expedito para poderse comunicar por él durante el tiempo que luego se empleó en la traza de la colonia "Las Toscas", otra de las colonias hoy prósperas del norte satafecino.

Un arroyuelo de agua dulce que caía a "Las tres bocas", fue providencial para establecer junto a su desembocadura la base de la expedición terrestre que se iniciaba, porque salores las del Paraná-mini.

Para llegar a los lugares en que los trabajos geodésicos que realizaban amojonando los solares de la futura población y los lotes de quintas y chacras, caminando por entre los "tacuarales", había que cruzar las aguas del riacho Palometa-cuá y las de los arroyos "Paridi" (Hachiras) y "Las Toscas".

Con razón, en mi niñez, oí muchas veces a mi padre, relatando sus aventuras en el Chaco, afirmar que en infinidad de oportunidades no tuvo a su disposición otro alimento que lonjas asadas de carne de jaguar o de puma, ni otro medio de aplacar la sed que sorber el agua de un charco cenagoso a través de la trama filtrante de su pañuelo. La sangre de sus venas, la que muchas veces yo vi decorando como rojas estrellas las innúmeras páginas de sus libretas de agrimensor en campaña, como consecuencia del estallido de los hinchados mosquitos que fueran apretados al volcarlas, esa sangre que yo he heredado, se plasmaba y fortalecía con los elementos naturales de la ruda selva chaqueña en regiones que los argentinos de hoy ya vemos plenamente civilizadas y desbordando el oro blanco del algodón, la sacarosa amable de sus cañaverales y la rojiza madera del quebracho, pedestal inconmovible de nuestras principales vías ferroviarias y de nuestros puertos de embarque, a la vez que sostenedora perdurable del aparentemente sutil cordaje de los alambrados camperos que tanto han contribuido a la alta calidad de la actual ganería argentina.

Pido excusas por el ligero desliz que importan los pocos párrafos precedentes. Es la voz de la sangre que difícilmente puede acallarse, especialmente para quien como el que ésto escribe, siempre vió hermanadas en su espíritu la rica esencia que destila el árbol más útil y famoso de la Argentina, con aquellas que para él sagradas manchas rojas de las libretas de campaña de un modesto agrimensor que con pujanza y decisión, cimentadas en un ideal eminentemente patriótico, abría surcos imborrables y plantaba en ellos la semilla que con el andar de los tiempos habría de convertirse en la lozana planta que es hoy exponente del progreso alcanzado por las argentinas comarcas del Chaco.

Acallado el impulso del corazón, vuelvo a mi relato histórico-geográfico.

Con la determinación de los lugares y el amojonamiento de los terrenos que habían de ser base del ulterior desarrollo de las colonias Timbó y Las Toscas, la primera frente a Goya y la segunda a Bella Vista, que eran poblaciones coloniales de la costa correntina del Paraná, quedó realizada la mitad de la misión encomendada a los agrimensores Seelstrang y Foster en cumplimiento de lo prescripto por la ley del año 1874. Antes se había hecho ya el resto, buscando ubicación apropiada para las otras dos colonias que deberían trazarse respectivamente frente a Empedrado y a Corrientes; pero como quiera que en toda empresa humana, por más tesonera voluntad que se emplee en su realización, por lo menos algún fracaso o entorpecimiento aunque sea parcial debe experimentarse, porque es ley natural que no todo deseo es realizable cuyos esfuerzos de entonces estoy historiando ahora, vencidos por obstáculos insalvables para los recursos de que disponían, tuvieron también su fracaso, siéndoles materialmente imposible cumplir con las instrucciones de Lynch en lo que respectaba a la colonia y cantón que debería ser trazado frente a la población de Empedrado.

Por dos veces intentaron vencer la navegación del Pira-cuá, cuya corriente habían constatado que se aproximaba bastante a la costa firme. Fue inútil que esperaran crecientes que forzosamente aumentaban su caudal y que los exploradores observaron sobre la escala marcadora de Corrientes que había colocado allí como también en Goya, que acusó hasta 2 metros 20 centímetros sobre el término medio de las alturas constatadas hasta entonces en aquella localidad. El Pira-cuá, independientemente de sus bajantes, tenía otro genio defensor de sus misterios y de la virginidad de sus aguas que los expedicionarios intentaban violar nada menos que a impulso de una fragorosa máquina a vapor. Ese genio estaba constituido por una maraña sin fin de sutiles raíces y tallos y de la lujuriante verde hojarasca del "camalotaje", que de esas aguas extraía su savia vital, estrechado con ellas en amoroso abrazo de potente naturaleza. Una prueba más de la verdad del adagio de que la unión hace la fuerza. El camalote sería un símbolo muy apropiado para emblematizar la solidaridad que debe primar siempre entre todos los hijos del Chaco, a fin de asegurar la prosperidad y el adelanto de su terruño.

"Era imposible, sencillamente dicen los agrimensores en su informe, vencer las inmensas masas flotantes de camalotes que obstruían esos riachos de tal manera que en algunos puntos soportan el peso de un hombre, sirviendo así de puente a los escasos moradores de esos parajes solitarios", y agregaban: "Igual suerte tuvo la tentativa de explorar esa región misteriosa por la boca de arriba del Pira-cuá en el brazo de "La Barranquera", pues siendo bastante estrecha, se hallaba completamente tapada con plantas acuáticas, lo que fue sumamente sensible porque la costa firme dista tan solo tres o cuatro leguas de esta entrada, siguiendo el curso del río".

Ese sentimiento, sencilla y sincera expresión a pesar de los expedicionarios, se ratifica cuando concluyen diciendo: "Con gran sentimiento se veía pues la Comisión obligada a abandonar no sólo el reconocimiento de tan importantes vías fluviales, sino también al mismo tiempo, toda idea de poder cumplir con el decreto del Excelentísimo Gobierno en la parte referente a la traza de una colonia frente al Empedrado".

No desmayaron por eso sus esforzados espíritus, como lo demuestra el hecho de la fundación posterior de las colonias Timbó y Las Toscas a que antes me he referido. Por lo demás, venían reconfortados por haber encontrado antes, ubicación apropiado para la colonia que fundaron en la márgen derecha del río Negro, bautizándola con el sugestivo nombre de Resistencia.

Volvamos a los prolegómenos de esta fundación, ya que de aquellas colonias delineadas en 1875 al 1876, fue Resistencia la que más prosperó.

Navegaron los expedicionarios por el río Negro, aguas arriba, hasta casi 26 millas de distancia constadas desde su desembocadura en el brazo del Paraná, llamado La Barranquera.

Constataron que era el río más importante de los que penetraban hacia el interior del Chaco, como lo evidenciaba el hecho de que ya por ese entonces se encontraban sobre sus riberas algunos obrajes de cierto valor, cuyos propietarios habían elegido esos parajes para establecerlos, no solo por su proximidad a la capital de la provincia de Corrientes asentada sobre la márgen opuesta del río Paraná, sino también, dicen los agrimensores en su informe, por las ventajas que para la industria del hombre, brinda en ellos "una exhuberante naturaleza".

A 5 millas aguas arriba del río Negro, encontraron los exploradores del 75 algunos vestigios de la antigua capilla de San Buenaventura que en época no remota se fundara en procura de la conversión de indios, cuya capilla, situada sobre la margen izquierda del río, al decir de los escasos pobladores blancos que por aquellos tiempos explotaban en forma primitiva algunas maderas de la región, había sido abandonada porque los aborígenes de la tribu de los Vilelas que era sus asiduos y únicos concurrentes, se retiraron de sus inmediaciones, disgustados porque se dejó de darles galleta cuando salían de misa. No se conformaban con el agua bendita de la entrada; era preciso para conservarlos adictos al culto, la eterna dádiva que hace que el hombre de poca moral, simula sentimientos que no tiene, creencias de que está huero y opiniones que nunca habrá de compartir.

Tres millas más arriba, marcaron los exploradores unas lindas barrancas sobre la costa norte del río en un punto que denominan "Cerrito" por lo elevado del terreno; y siguiendo hacia adentro, más o menos a una distancia de 11 millas de la desembocadura, después de una navegación que el informe de los agrimensores calificó de penosa por las excesivas sinuosidades del río, llegaron al puerto de San Fernando, "embarcadero de gran cantidad de excelentes maderas que de los obrajes del Centro se traen a él o a La Barranquera".

Fue al lado de ese puerto utilizado por los generalmente inestables pobladores blancos que se dedicaban a explotar maderas, que los técnicos de la expedición encontraron el terreno apropiado para trazar la colonia origen inmediato de la actual capital del Chaco, porque después de haber remontado la corriente del río Negro 15 millas más hacia el interior de dónde les fue forzoso volver porque la hélice del vaporcito ya no podía funcionar, aprisionada por los tenaces aunque delgados hilos de la gran vegetación acuática, constataron que las márgenes se iban elevando cada vez más, trayéndoles con ello la evidencia de que habían alcanzado la verdadera tierra firme del Chaco; y con pesar, lo dicen los agrimensores en su memoria, tuvieron que volver la espalda a lo que no trepidaron en calificar de "tierra prometida".

No obstante haber encontrado en ese antiguo puerto de San Fernando en el que ya existía un pequeño núcleo de población blanca, las condiciones naturales de suelo para trazar la colonia que según la ley debería instalarse frente a la ciudad de Corrientes, queriendo desempeñar su misión a plena conciencia explorando toda la zona del norte hasta el río Bermejo, hicieron la investigación y estudio de otros ríos y riachos en la región septentrional del río Negro.

Es así como también remontaron la corriente del río Tragadero en una buena extensión, pero no hasta donde según ellos hubiera exigido el interés de la ciencia. Después de navegarlo por espacio de 15 millas, tuvieron que retroceder, porque calaba demasiado, apenas 8 cuartas, el vapor nacional "Choelechoel" que para esa faz de la expedición les había proporcionado el entonces ya Gobernador del Chaco, Teniente Coronel D. N. Uriburu.

Empredieron luego la navegación del llamado río "Ancho", gran brazo del Paraná, cuyas regiones adyacentes encontraron completamente abandonadas y solitarias. Calificaron a este río del más hermoso de toda la costa del Chaco Argentino, porque ofrecía pintorescos paisajes, siempre nuevos y deliciosos a cada cuadra que el buque adelantaba, siguiendo las elegantes curvas de su apacible curso. Agrega el informe que "en ninguna parte es el monte de la orilla tan bello, tan variada la vegetación, ni tan altos y robustos los árboles. Una primavera eterna parece reinar en la comarca".

El abandono de esas regiones era debido a que por aquel entonces, los navegantes del Paraná preferían el camino más corto que pasa frente a la isla de "Cerrito", y también porque temían al famoso banco del "Atajo", situado en la extremidad septentrional de la isla, aquél banco en que en tiempos entonces próximos de la guerra de la Triple Alianza, los paraguayos trataron de cegar el paso que lo contorneaba, echando intencionalmente a pique varias embarcaciones.

Dedicaron especial atención al estudio de los ríos "Guaycurú", afluente del Ancho o Atajo "Quiá" y "Oro", afluentes a su vez del Paraguay, cuyos cauces solo pudieron infelizmente navegar en época de bajante de sus aguas, no pudiendo hacerlo después en época de crecientes, que estaba próxima a llegar, por que, dicen los expedicionarios en su informe, permitiéndose una ironía por cierto apropiada a las circunstancias, "más tarde, cuando el estado de la altura de las aguas hubiera permitido estudiar esos importantes ríos, el de los fondos a disposición de la Comisión era tan bajo, que no se podía pensar en hacer las erogaciones necesarias para realizar semejante cosa".

No hay que olvidar que Argentina estaba en plena crisis económica, en la llamada "Crisis Avellaneda" de la historia de las crisis argentinas.

Con respecto a los ríos Oro, Quiá y Guaycurú, los expedicionarios terminaban llamando la atención del Excelentísimo Gobierno Nacional sobre esas tres vías de agua, porque se declaraban persuadidos de que penetrándolas en una futura expedición, se encontrarían hermosos y fértiles terrenos, y sobre todo, de fácil y cómodo acceso a la tierra firme.

También cayó bajo el estudio de los agrimensores el importante río Bermejo, para cuya navegación y reconocimientos encontraron serios inconvenientes.

Informaron que las numerosas y rápidas vueltas recostaban las aguas con mucha violencia en su parte cóncava, amenazando arrojar el barco contra los innumerables raigones que las crecientes anuales depositaban precisamente en esos puntos.

Salvado este peligro, encontraban también el de encallar el buque en los bancos de arena que existían en los cortos trechos directos del río sobre los que la corriente no tenía dirección fija, no indicando, por lo tanto, el estrecho canal que, de existir, cortaba el banco. Eso los obligaba a cada instante a fondear y sondear las aguas que cubrían los bancos antes de aventurarse y arriesgar el vaporcito de la Comisión en tales pasos. Sólo 26 millas pudieron recorrer en tres días de navegación, y asimismo, el barco salió de la empresa tan seriamente averiado en su casco por los raigones, que poco tiempo después se fué a pique en el riacho de Goya.

Así terminó la epopeya, por así llamarla, de aquel vaporcito casi innominado como que apenas si se llamaba "Luisita", que con su escasa quilla fue marcando surcos hondos por los que después habría de penetrar la civilización y el progreso del Gran Chaco Argentino.

Dejemos sus restos reposan en el lecho del grandioso Paraná, en la seguridad de que disueltos por la acción del tiempo se convirtieron en partículas fertilizantes del limo del río, reencarnando después en alguna brillante flor de ceibo, altanera pincelada roja en el verdor de alguna privilegiada isla más tarde formada por el aluvión; y volvamos a los orígenes de Resistencia.

Allá, al promediar el siglo XVII, cuando ya estaban en el pleno auge algunas de las Misiones que en América Meridional fundaron los Jesuitas "Padres de la Compañía de Jesús", reduciendo aborígenes al catolicismo y mejorando sus facultades productivas al transformarlos del tipo del régimen económico primitivo que técnicamente se designa con el nombre de "colectores vagabundos" al de "agricultores y ganaderos sedentarios", también extendieron su influencia a las regiones del Chaco.

Fue renombrada por aquellas épocas la reducción de la tribu de los Mocoví que fundaron los Padres Jesuitas con la denominación de "San Gerónimo del Rey", en la loma que se forma en la parte septentrional de la cañada y arroyo del Rey y en los terrenos anegadizos que se prolongan hasta el actual puerto de Reconquista, en la provincia de Santa Fe; y también lo fue la reducción de "San Fernando", en la margen derecha del río Negro, donde hoy está asentada la destacada urbe de Resistencia.

La reducción de San Fernando tuvo su época de prosperidad durante el coloniaje hispánico, porque la tradición recogida por los expedicionarios de 1875 le adjudica la existencia en ella de gran número de indígenas que bajo la dirección de unos pocos Jesuitas blancos, se dedicaban al trabajo comerciando con pieles, maderas y otros varios productos propios de la región.

El Teniente Gobernador don Bernadino López Luján, cien años después, en 1760, nos dejó una breve aunque interesante descripción de la reducción y pueblo de San Fernando. Por cierto que al redactarla por orden del Teniente General don Pedro de Cevallos, no pudo ni siquiera sospechar de que esa reducción ya centenaria, apenas siete años después, en 1767, habría de desaparecer al cumplir órdenes de la Corona de España su Gobernador del Río de la Plata don Francisco de Paula Bucarelli, a quien correspondió efectuar en su jurisdicción la expulsión de Jesuitas decretada por el Rey Carlos III y su colaborador en el gobierno Conde de Aranda. Lástima grande que los establecimientos misioneros de los Padres de la Compañía, no quedaran como temporalidades en poder y bajo la administración del Estado.

Como consecuencia del extrañamiento de los Jesuitas, los indios reducidos de San Fernando, carentes de la influencia espiritual de sus antiguos dirigentes blancos, fueron nuevamente insumidos por la selva virgen volviendo a su anterior situación de nómades; pero quedó el recuerdo y las enseñanzas sobre las conveniencias de la ubicación del lugar conocido con el nombre de San Fernando entre los habitantes del entonces colonial pueblo de Corrientes que estaba tan cercano, como lo demuestra el hecho de que algunos de los blancos en ella establecidos, se instalaran temporalmente en esas regiones para explotar maderas que eran de importante aprovechamiento industrial.

Comienza así en las comarcas del asiento actual de Resistencia, la época que podemos llamar de "Los obrajeros blancos".

Durante otra centuria, aunque en forma esporádica y sin que se constituyera un verdadero centro de población, tal vez debido a la misma cercanía de Corrientes, algunos blancos utilizaron el antiguo puerto jesuítico de San Fernando sobre el río Negro, y así lo encontraron los miembros de la Comisión Exploradora de 1875-1876, quienes después de asegurarse de las bondades de la región para la instalación de una de las colonias ordenadas por la ley de 1874, se resolvieron a proceder su delineamiento y trazado, dándole ellos mismos el nombre de RESISTENCIA, como lo dicen textualmente en su informe, "por el hecho de haber resistido durante bastante tiempo un corto número de hombres, sin protección de ningún gobierno, las continuas amenazas de los aborígenes". TENEMOS EN ESTE BREVE PARRAFO LA VERDADERA ACTA DE NACIMIENTO DE LA CIUDAD, HASTA CON LA FORMAL ATESTACIÓN DEL NOMBRE QUE LE CORRESPONDIÓ, nombre que hoy ostenta y deberá ostentar siempre en recuerdo de aquellos desconocidos habitantes de la época que doy en llamar de "Los obrajeros blancos", esforzados "Pioneros" del desierto verde de la Argentina, que si bien estuvieron guiados ante todo por la codicia de las ricas maderas que explotaban, fueron admirables exponentes de un factor humano propio de una época en que había que tener mucha decisión, mucha voluntad y más coraje, para exponer la vida a cada instante en un medio ambiente adusto y bravío como el del Chaco de entonces, y lo que es más, frente a una población indígena muy hostil y en estado absolutamente salvaje.

Entre aquellos desconocidos y valerosos obrajeros de San Fernando que actuaron durante la centuria posterior a la expulsión de los Jesuitas, tengo la fortuna de poder recordar por lo menos los apellidos de algunos de muy pocos establecidos en la época en que a esos lugares llegaron los expedicionarios de 1875, pudiendo citar tan sólo los de Seitor, Brignolli, Vázquez, Corci y Sicard; y uno de esos pobladores en especial, no sólo por lo que a su respecto resulta expreso en el informe de la Comisión Exploradora del 75, sino también por el recuerdo que de él conservaba mi padre y por las referencias que rememoro que me hizo en mi adolescencia alguna vez, citándomelo como uno de los meritorios guerreros del Paraguay que él había conocido en sus correrías norteñas. Me refiero al Coronel don José M. Avalos.

Del informe de la Comisión extraigo los siguientes párrafos que a él hacen referencia: "En el presente sólo existe de esa reducción (la de San Fernando) los últimos restos de la Capilla en la quinta del Coronel don José M. Avalos y el nombre de San Fernando con que se distingue el paraje. La población del Coronel Avalos cuenta con diez cómodas habitaciones, con espaciosos galpones y taller de carpintería; todo perfectamente bien dispuesto y ordenado, causando asombro al viajero cuando llega a ella, encontrar en lugar de las chozas de los salvajes, que quizá en su fantasía se imaginaba, un jardín con preciosas flores, que con suave perfume le hacen comprender que ya en el Chaco se disfruta de los goces de la vida civilizada. Posee linda quinta de árboles frutales con exquisitas legumbres (También la tenía la población de Seitor), que demuestran con el admirable desarrollo que adquieren, la gran fertilidad de la tierra de Chaco, tan beneficiada por la naturaleza y olvidada por parte de los hombres. Un paraje como el que acabamos de mencionar, con antecedentes tan favorables, no podía dejar de atraer la atención de la Comisión que prolijamente estudió su situación topográfica, las ventajas que ofrecía para la agricultura y las vías de comunicación que se podían utilizar para llegar hasta él, determinando por último en vista de los datos adquiridos, elegirlo para establecer en él LA PRIMERA COLONIA EN EL TERRITORIO NACIONAL DEL CHACO". Después se eligieron los lugares para las colonias Las Toscas y Timbó a que antes me he referido.

¿Quién fue aquel Coronel Avalos que vivía cultivando perfumadas flores al alcance de las emponzañadas flechas del aborigen chaqueño?

Tenía que ser algún militar heroico acostumbrado al peligro y a vivir enfrentándolo.

Así era en efecto. El coronel Avalos fue un eminente patriota que bravamente combatió en la Guerra del Paraguay contribuyendo como el que más a vengar la afrenta que el tirano Francisco Solano López infringiera a nuestra patria en 1865, haciéndonos arrebatar en el puerto de Corrientes el buque "25 de Mayo" de nuestra armada, previos engañosos y traicioneros saludos de bandera para ocultar el propósito avieso, e invadiendo de inmediato con numerosas fuerzas el territorio de esa provincia, violando nuestra soberanía nacional.

El refugiado de San Fernando, fue aquel mismo gallardo Coronel que llevó a la gloria, bajo su comando, al valiente batallón que actuó con el nombre de "Primero de Santa Fe" en la Guerra del Paraguay y que se formara con lo más granado de la juventud rosarina, seriamente castigada en la sangrienta batalla de Tuyutí que se libró el 24 de mayo de 1866, vispera de día patrio, en que recibió su bautismo de fuego, y que poco después fue diezmada frente a las célebres trincheras de Curupaytí, al extremo de que habiendo el batallón salido de Rosario con 375 plazas, sólo volvieron ilesos aunque no sin serias contusiones muchos de ellos, 197 individuos de tropa y oficialidad, como lo constata una carta del propio Coronel Avalos, escrita en el campamento de Yataytí el 10 de octubre de 1866. Fue en aquel formidable asalto a las trincheras de Curupaytí, que el intrépido adolescente rosarino, que apenas contaba con diez y siete años de edad, abanderado del batallón Sub Teniente 1º Mariano Grandoli, murió por la patria entre los pliegues de la sagrada insignia, embebiéndola en su sangre como si quisiera tapar con ella los catorce agujeros que acababan de producirle las balas del enemigo. Así podemos contemplarla todavía, perforada y manchada con la sangre del niño héroe del Rosario, en el Museo Histórico de la Capital Federal; y como quiera que los actos de los subalternos son generalmente reflejo de la conducta de los jefes, la ejemplar muestra de valentía del Abanderado Grandioli, forzosamente conduce a deducir la de su Coronel, don José María Avalos, cuyo retrato moral se exhibe de cuerpo entero en uno de los últimos párrafos de la citada carta que escribiera en Yataytí, en el que aludiendo el asalto de Curupaytí, dice: "En este momento he visto el parte del General, no extrañamos que no se nos mencione, en esa parte somos desgraciados, pero aunque nunca se diga nada de lo que hagamos en cumplimiento de nuestro deber, no dejaremos de llenarlo siempre".

La carta a que me refiero fue dirigida al espectable vecino de Rosario don Antonio de Rosas, y actualmente se encuentra en poder de un miembro de su familia, señor Angel D. Alvarez.

Ese era el Coronel Avalos del recuerdo de mi padre y a quien él encontró diez años después de Curupaytí, en 1875, reposando sus ignorados laureles de buen patriota y mejor militar entre las flores de su retiro de San Fernando, pero enhiesto frente a la indiada, como precursor de la civilización que a breve plazo habría de dominarla. Se ha hecho justicia dando su nombre a una de las avenidas de Resistencia, porque aquel respetable ciudadano casi ignorado por las actuales generaciones, fue un admirable exponente del argentino de antes, hermosa conjunción de heroicidad civil y militar.

De cómo se planteó en definitiva la colonia Resistencia en 1875, sólo me resta relatar la forma en que materialmente la trazaron los miembros técnicos de la expedición.

Sobre un total de 10.000 hectáreas, se amojonaron 96 suertes de chacras, 148 lotes de quitnas y 100 manzanas para pueblo, divididas en solares de 50 metros de frente por 50 de fondo.

Las calles del pueblo se trazaron con 20 metros de ancho, a medios rumbos, y dos calles más anchas, de 30 metros, que se cruzaban en ángulo recto en el centro de la plaza principal.

Tanto las manzanas destinadas a la formación del pueblo como los lotes para quintas, se ubicaron en el extremo oriental de la colonia debido a la mayor elevación del terreno y cercanía a los puertos que habrían de propender a su mejor desarrollo.

Todo el perímetro comprendido por la traza del pueblo y las quintas, fue circundado por una avenida de 45 metros de ancho que lo separaba de las suertes de chacras. Las quintas, a su vez, quedaban separadas del pueblo por otra calle de 30 metros.

Las manzanas del pueblo y los lotes de quintas, se trazaron en cuadrados exactos de 100 metros por lado.

Al sud y al oeste del perímetro de las quintas, se dejaron libres dos lotes de cuatro manzanas cada uno, destinados a plazas, y otro igual con el mismo objeto en el centro del pueblo, quedando su punto céntrico marcado en la posición geográfica de los 27º 27' 15" de latitud meridional y los 59º 2' de longitud occidental de Greenwich. Asimismo, quedaron destinados los solares del pueblo para iglesia, escuela, jefatura, cárcel, municipalidad y cementerio.

Quien observa la ciudad de Resistencia en su estado actual, no puede menos de constatar en su fisonomía general, los rasgos que le marcaron los agrimensores que la delinearon en 1875.

En los tiempos de la traza de la colonia, el terreno ocupado por las chacras era bastante ondulado y cruzado en todas direcciones por cañadas, lagunas y esteros que según el informe de la Comisión Exploradora, ocupaban una buena parte de él. No se consideró entonces, como lo es ante el criterio de ahora, que esa fuera una desventaja. Todo por el contrario; esos cañadones y lagunas aseguraban a los primitivos colonos aguas permanentes que eran inestimables, por ser salobres e impotables las del río Negro. Ni se soñaba entonces con un sistema como el actual de captación de aguas en el Paraná, que una vez clarificadas, se vierten hasta en el interior de las casas con sólo hacer girar una canilla. ¡Milagro realizado por la humanidad de las últimas épocas! ¡Quién sabe qué otras preciosas cosas habrán de surgir, tal vez dentro de poco, de los propios muros de nuestras habitaciones!

Cruzaba la colonia un arroyito sin nombre, que aunque se originaba en el río Negro, por recibir poca agua de éste y mucha de los esteros y cañadas circunvecinas, era de agua dulce y potable. Ese arroyito seguía luego su curso hacia el sudeste, para perderse en los bañados del "Palmar" que ya quedaban en contacto con el Paraná.

Los terrenos adyacentes a los bañados y anegadizos que se formaban en las rinconadas del río Negro, estaban cubiertos de pastos y las señalaban los expedicionarios del 75 como lugares privilegiados para la cría de haciendas e invernada de los animales que los colonos del futuro pudieran poseer.

Indicaban como puertos aparentes para la salida de los productos de Resistencia, el de La Barranquera, en el brazo del mismo nombre del río Paraná, y el de San Fernando, en el río Negro, quedando el primero a 7.700 metros en línea recta de la plaza del pueblo, y solamente a 1.800 el segundo.

No imaginaron, por cierto, que a pesar de la mayor cercanía de éste, con profundidad de sus aguas que admite el anclaje de vapores de un calado y tonelaje desconocidos por aquellas épocas y porque un camino pavimentado entre Resistencia y La Barranquera, como el que ahora existe, haría desaparecer por completo la necesidad del cruce de los anegadizos que por entonces se extendían entre ambos puntos, dificultando enormemente el tránsito hasta hacerlo imposible en épocas de creciente.

Es de observar que la Comisión dejó constancia en su informe de que le había sido sensible no poder ubicar la colonia más inmediata al puerto en que la delineación se hizo, por ser bajo, anegadizo e impropio para la agricultura, el terreno que se encuentra entre la colonia y el citado puerto.

Hacia el sudoeste se marcaba la existencia de un buen campo con poco monte, por lo que era apropiado para extender las chacras de cultivos, quedando hacia el naciente un extenso palmar que se continuaba hasta casi enfrentar la población correntina de Empedrado, cuyo palmar tenía ejemplares de elevación extraordinaria.

Hacia el noroeste sobre la margen derecha del río Negro, una región alta y con bosque abundante que había sido la más explotada en la época de actuación de "Los obrajeros blancos", aún tenía excelentes maderas de construcción "como para halagar a los que se dedicaran a su comercio".

El informe de la Comisión, después de asentar que quedaba residiendo en la colonia trazada el Jefe Político don Aurelio Díaz, teniendo a su disposición parte de un batallón de línea para garantir a los pobladores de cualquier avance que pretendieran ejecutar los indígenas, como provocando la inmigración aquellos lejanos y peligrosos lugares, inmigración que habría de significar la civilización y la misión en productividad económica de los mismos, concluía con el siguiente párrafo: "En una palabra, para terminar de ocuparnos de la colonia Resistencia, la primera trazada en el Territorio Nacional del Chaco, agregaremos que los inmigrantes que resuelven aprovecharse de los beneficios que con tanta generosidad les brinda la naturaleza en el paraje ventajoso en que está ubicada, tienen garantido un porvenir halagueño, y pueden contar con hallar al momento de su llegada, toda clase de maderas para la construcción de sus casas y corrales; palmas en abundancia que les proporcionarán un techo excelente, liviano, durable y económico; pastos que nada dejan que desear para sus haciendas y animales de labranza; y un terreno fertilísimo que halagará sin duda al más exigente, el que sólo espera ser surcado por el arado manejado por el hombre laborioso, para retribuir sus afanes con exagerada generosidad".

No resonó en vano ese hermoso grito de reclamo, más que toque de atención, sobre lo que el Chaco prometía a todo hombre laborioso que sobre él quisiera fijar su residencia, que lanzaran los meritorios expedicionarios del 75. Lo comprueba el hecho de que los primeros 25 habitantes del Chaco que lo ocuparon en 1876, ya han llegado a sobrepasar los 300.000.

Las 250.000 hectáreas sembradas con algodón que dieron un producido bruto de cerca de 80.000.000 de pesos en el año 1936; las desmotadoras que pasan ya de un centenar; las quince fábricas de aceite de algodón; los molinos; los aserraderos; la explotación de maderas que también rindió en 1936, alrededor de 70.000.000 de pesos; el millón de cabezas de ganado que se apacentan en sus campos; las 10.000 toneladas de azúcar de caña elaboradas en sus fábricas; la formidable fundición de plomo de puerto Vilelas, puerto que lleva el nombre de aquellos indios de la Capilla de San Buenaventura, que no quisieron seguir oyendo más porque se les negaba el reparto de galleta al retirarse del santo oficio; los ferrocarriles que cruzan el territorio rubricando sobre la tierra misma con sus rieles el progreso en ella alcanzado; los más de dos mil buques que anualmente entran al puerto de La Barranquera, en cuya aduana el Estado recauda más de medio millón de pesos en cada período; las 330 escuelas primarias fuera de los institutos de enseñanza secundaria; los más de 40.000 alumnos y 1.250 docentes que en ella plasman la cultura popular tan necesaria para el éxito de nuestra democracia; la Cárcel Modelo; el Hospital Regional; y las 160 cuadras pavimentadas con el peculio de sus propios habitantes en el pueblo, hoy ciudad capital, que recién fuera delineado en medio del desierto en 1875, están evidenciando que no mentían quienes entonces afirmaron que el hombre laborioso que se decidiera a probar esos lugares, SERIA RETRIBUIDO EN SUS AFANES CON EXAGERADA GENEROSIDAD.

Pareciera como la repetición del milagro bíblico: de la nada se hizo un mundo. Y ahora que ya se cuenta con la imprescindible materia prima del factor humano de producción de que casi en absoluto se carecía hace apenas sesenta años, factor humano que felizmente se destaca por el dinamismo, la pujanza y la laboriosidad de sus componentes, mucho más fácil resulta pronosticar un futuro grandioso para la ya próxima nueva provincia del litoral argentino.

Estoy terminando este modesto trabajo de un retazo de historia patria contemporánea, para satisfacer una íntima necesidad espiritual de asociarme en alguna forma y aunque más no sea que ante mi mismo, a la celebración del centenario del nacimiento del doctor Nicolás Avellaneda, que se cumplió este año; porque si bien fueron otros argentinos los que expusieron su salud y vida en la campaña militar de conquista del desierto por el sud hasta el río Negro de la Gobernación del mismo nombre, y en la campaña de conquista científica del desierto chaqueño hasta el río Bermejo, por el norte, fue durante su gran presidencia, en los tiempos tan acertadamente llamados "Época de las grandes leyes", que sabiamente secundado por el destacado santafecino doctor Simón de Iriondo, su preclaro Ministro del Interior y gran conocedor de las necesidades del norte de su provincia cuya escasa población blanca también vivía asolada por el salvaje, que se ensancharon considerablemente las fronteras de la civilización en nuestra patria.

Hombres tan cultos como Avellaneda e Iriondo, deben haberse sentido oprimidos hasta lo indecible por la cercanía de las indiadas; y en feliz momento de decidido propósito, bastó un simple sacudimiento de sus mentes preocupadas con el fantasma del desierto incivilizado, como el de quien codea para librarse de la turba que lo circunda, para que consiguieran extender con las armas y las ciencias unidas, el dominio del suelo de nuestra patria, contribuyendo así a dar mayor cabida a todos los hombres del mundo que quisieran habitarlo como reza en el preámbulo constitucional de 1853, asegurándoles previamente la paz y tranquilidad necesarias para el mejor rinde productivo de su trabajo.

Propongo a los que lleguen a enterarse de esta monografía histórico-geográfica y que tengan tendencia a historiar el desarrollo del Chaco, dividir esa historia en tres épocas, que serían: 1, "La de la colonización jesuítica" que comprendería desde 1660, hasta 1767, año de la terminación de las Misiones de la Compañía de Jesús; 2, "La de los obrajeros blancos", desde 1767 hasta 1875, año de la delineación de la colonia Resistencia; y 3, "La de la colonización argentina", desde 1875 hasta nuestros días.

En la ya grande, y por qué no decirlo, famosa República Argentina, cuya civilización y adelanto indiscutidos la destacan con nítidos perfiles entre los países de cultura occidental, es ya tiempo de que se empiece a historiar el desarrollo de sus distintas comarcas y la actuación de quiénes fueron los meritorios ciudadanos, militares o civiles, que no obstante haberse esforzado por fortalecer la patria una vez pasadas sus primeras épocas de nacimiento a la vida independiente y de organización nacional, aún permanecen en el anonimato.

Para ilustración y ejemplo de las generaciones futuras, ahora que todavía están vivos los recuerdos y que hasta se puede apelar al dicho de testigos presenciales de responsabilidad, todo verdadero argentino debe considerarse obligado a relatar lo que conoce de la historia patria que aun no haya sido vulgarizado. Por mi parte, lo considero un deber de patriotismo, y es por eso que lanzo al aire mi modesta semilla, para el posible aprovechamiento de la colectividad.

ROSARIO, Octubre de 1937.

Muerte

Ricardo I. Foster murió el 17 de junio de 1959 en Rosario, Provincia de Santa Fe, luego de una extensa carrera profesional y sus restos descansan en la misma ciudad.

Referencias

  1. Ricardo I. Foster, Doctor en Ciencias Jurídicas, Diputado Provincial de Santa Fe 1934-35, y Ministro de Instrucción Pública de 1935 a 1937.
  2. Leoni, María Silvia. (2005). Historia y Construcción de Identidades en el Territorio Nacional del Chaco. Page 18. September 20-23, 2005. Accessed October 17, 2019.
  3. Census of 1895 in Buenos Aires, Argentina: "Ricardo Foster and Ponsati, from Argentina, 14 years old, student, can read and write." Foster research ®
  4. Deaths and Burials (FamilySearch Historical Records).
  5. Irish Genealogy and offspring of the Marriage Richard Foster and Amalia Kagel. Published on October 8, 2009.
  6. Quién es Quién en la Argentina, 1955. ​(Editorial Guillermo Kraft Limitada).
  7. Official Record of 1852-1856, Buenos Aires, Argentina 1882.
  8. Quién es Quién en la Argentina, 1955. (Editorial Guillermo Kraft Limitada).
  9. El Litoral de Rosario newspaper, Santa Fe, Argentina. Page 2. Saturday, May 2, 1936.
  10. El Litoral de Rosario newspaper, Santa Fe, Argentina. Thursday, December 19, 1935. Accessed October 17, 2019.
  11. EL ORDEN, Saturday, May 2, 1936 | EL LITORAL, Sunday May 3, 1936.
  12. Los usos del pasado en "el desierto verde". Historia y construcción de identidades en el territorio nacional del Chaco. Leoni, María Silvia (2005).
  13. Ricardo Foster. Contribución a la Historia del Chaco (Exploración de 1875-1876 y fundación de Resistencia. Rosario, s/e, 1939, p. 3.
  14. Conferencia pronunciada por el autor en el Teatro S.E.P. en la ciudad de Resistencia, el 26 de noviembre de 1937, bajo los auspicios de la Gobernación del Chaco desempeñada por el Dr. José C. Castells, el Rotary Club de Resistencia y la Sociedad de Estudios Científicos del Gran Chaco. 

Bibliografía

  • Guillermo Kraft (1955). Quién es Quién en la Argentina, Editorial Limitada. Pág. 260.
  • Foster, Ricardo (1939). Exploración de 1875-1876 y Fundación de Resistencia.
  • Quien es Quien en la Argentina 1958/59, Biografías Contemporáneas. Septima Edición 1958-59 - Ed. Guillermo Kraft Ltda., Buenos Aires. Pág.310.