- 23 de Febrero de 155 d.C. -

Esmirna, Asia Menor 

Imperio Romano

En la gran persecución a los cristianos que estalló en la provincia romana de Asia en tiempos de Antonino Pío (86-161) en el año 155 d.C., trece cristianos de Esmirna (actual Turquía) sufrieron el martirio. Entre ellos se encontraba el anciano Policarpo (69-155), discípulo del apóstol Juan (6-100) y obispo de Esmirna, que había sido arrestado y condenado a la hoguera a la edad de 86 años.

El Martirio de Policarpo

"Podría indicaros el lugar donde el bienaventurado Policarpo se sentaba a predicar la Palabra de Dios. Aún recuerdo con qué frecuencia entraba y salía de todas partes; cuál fue su comportamiento, su semblante; y cuáles fueron sus exhortaciones al pueblo. Me parece oírlo ahora contar cómo conversó con Juan y muchos otros que habían visto a Jesucristo, las palabras que había oído de sus bocas".

Carta de Ireneo de Lyon (c.140-c. 202) a Florino donde menciona el tiempo que pasaron juntos bajo la tutela de Policarpo de Esmirna (69-155), a quien Florino había conocido personalmente en su juventud. Eusebio de Cesarea (260/265 - 339) ha conservado un fragmento de esta carta en sus obras de su Historia Eclesiástica.

Cuando al caer la noche los soldados llegaron con sus armas habituales al lugar donde se encontraba Policarpo, como si fuera un criminal, lo encontraron acostado en el aposento alto de una pequeña casa, de donde pudo haber escapado a otro lugar; pero él se negó, diciendo: "Hágase la voluntad de Dios". Entonces, cuando oyó que habían venido, con el rostro radiante y lleno de compasión, descendió y les habló. Y mientras los presentes se asombraban de su avanzada edad y porte firme, algunos decían: "¿Se hizo tanto esfuerzo para capturar a un hombre tan anciano?"

A esa misma hora, Policarpo ordenó que se sirviera a las tropas algo de comer y beber, lo que desearan, mientras les pedía que le dieran una hora para orar. Y cuando le fue concedido, oró, lleno de la gracia de Dios, de tal manera que no pudo detenerse durante dos horas, ante el asombro de los que lo oían, de modo que muchos comenzaron a arrepentirse de haber venido contra un anciano tan piadoso.

Tan pronto como dejó de orar, habiendo mencionado a todos los que habían estado en contacto con él, lo llevaron al anfiteatro de Esmirna y en el camino fue visto por el jefe de la guardia, Herodes, acompañado de su padre Nicetas (ambos en un carruaje), quiénes lo invitaron a subir al carruaje y trataron de persuadirlo, diciéndole: "¿Qué hay de malo en decir Señor al César, o en ofrecer un poco de incienso para escapar de la muerte?". Pero al principio Policarpo guardó silencio; y como seguían instándolo a hablar, les dijo: "Estoy decidido a no hacer lo que me aconsejáis". Cuando Herodes y Nicetas oyeron esto, comenzaron a hablarle palabras amargas y lo arrojaron violentamente fuera del carruaje, de modo que al caer se le dislocó la pierna. Pero como si nada hubiera pasado, se levantó y fue conducido al anfiteatro, donde el tumulto era tan grande que no había posibilidad de ser escuchado. Y cuando Policarpo entraba allí, vino a él una voz del cielo que decía: "¡Sé fuerte, oh Policarpo!". Nadie vio quién era el que le hablaba; pero los hermanos cristianos que estaban presentes oyeron la voz. Y cuando lo llevaron ante el procónsul romano, se produjo un gran alboroto al saber que habían arrestado al piadoso anciano.

Posteriormente, cuando estuvo frente al procónsul romano Lucius Statius Cuadrato, mejor conocido como Quadratus, le dio la oportunidad de arrepentirse de su fe y declarar que César es Señor, y le dijo: "Jura y te dejaré en libertad, maldice a Cristo". El respondió: "Yo sólo reconozco como mi Señor a Jesucristo, el Hijo de Dios". Después de esto Quadratus insistió: "¿Y qué se pierde con echar un poco de incienso ante el altar del César? Renuncia a tu fe y salvarás tu vida", tras lo cual Policarpo dio una respuesta admirable que la Iglesia nunca olvidará.

"Ochenta y seis años le he servido, y él nunca me hizo ningún daño: ¿cómo, pues, puedo blasfemar contra mi Rey y mi Salvador?"
Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea (260/265-339). Libro IV, 15, 21-25.

Ante estas palabras, el procónsul romano insistió: "Jura por la suerte del César", y Policarpo respondió: "Si albergas la vana pretensión de que jure por el destino de César, como dices, fingiendo que no sabes quién soy, francamente, escucha: soy cristiano. Pero si quieres aprender la doctrina del cristianismo, dame un día y escucha". Una vez más dijo: "Convence al pueblo" a lo que el anciano respondió: "A ti te considero digno de mi discurso, pues se nos ha enseñado rendir el debido honor a las autoridades y potestades establecidas por Dios, mientras no sea en detrimento nuestro; pero a ésos no les considero dignos de defenderme ante ellos".

Entonces Quadratus le dijo: "Tengo a mano bestias salvajes; a éstos te arrojaré, si no te arrepientes". Pero Policarpo una vez más respondió con firmeza: "Llámalos, pues, porque no estamos acostumbrados a arrepentirnos del bien para adoptar el mal; y me es bueno cambiar el mal por la justicia". Pero volvió a insistir: "Si no os arrepentís, os haré consumir en el fuego, ya que despreciáis las fieras". Pero Él dijo: "Me amenazas con un fuego que arde durante una hora y al poco se apaga, pero ignoras el fuego del juicio venidero y del castigo eterno, reservado para los impíos. ¿Por qué te demoras? Haz lo que quieras".

Mientras Policarpo decía esto y muchas otras cosas, se llenó de valor y de alegría, y su rostro rebosaba de gracia, de modo que no sólo no desmayaba ante las cosas que le decían, sino que, al contrario, era el procónsul romano quien se puso fuera de sí y llamó al heraldo para que en medio del anfiteatro pregonara tres veces: "Policarpo ha confesado que es cristiano".

Habiendo dicho esto el heraldo, toda la chusma de gentiles y judíos que habitaban en Esmirna, comenzó a gritar con espíritu desenfrenado y a gran voz: "Éste es el maestro de Asia, el padre de los cristianos, el que derriba nuestros dioses y enseña a muchos a no sacrificar ni adorar".

A la vez que decían esto, gritaban más y pedían al Asiaarca Felipe que soltara un león contra Policarpo. Pero dijo que no podía hacerlo legalmente, pues ya había finalizado los juegos. Entonces decidieron gritar unánimemente que Policarpo debía ser quemado vivo. Porque era menester que se cumpliera la visión que se le había mostrado con respecto a su almohada, cuando la vio ardiendo mientras oraba, y volviéndose dijo a los fieles que estaban con él: "Es menester que sea quemado vivo".

Cuando la hoguera estuvo lista, Policarpo se despojó de todos sus vestidos y enseguida, pues, colocaron a su alrededor los instrumentos preparados para la hoguera, más, cuando ya iban a clavarlo, les dijo: "Dejadme así, porque quien me da la capacidad de esperar con firmeza el fuego, también me dará, sin que sea necesaria la seguridad de vuestros clavos, la capacidad de mantenerme firme en la hoguera". Entonces simplemente lo ataron. Y él, poniendo las manos detrás de sí, miró al cielo y dijo:

"Oh Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bendito Hijo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de ti, Dios de los ángeles, de las potestades, y de toda la creación, y de todo el linaje de los justos que viven en presencia de ti, yo te doy gracias porque me has considerado digno de este día y de esta hora, para que pueda tener parte entre el número de los mártires para la resurrección de vida eterna, tanto del alma como del cuerpo, por incorrupción impartida por el Espíritu Santo. Por esta razón, y por todas las cosas, te alabo, te bendigo, te glorifico, por medio del eterno y sumo sacerdote Jesucristo, vuestro amado Hijo, por el cual sea gloria a ti con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos venideros. Amén".
Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea (260/265-339). Libro IV, 15 , 31-35.

Cuando Policarpo terminó su oración, los designados para hacerlo encendieron el fuego y haciéndose una gran llamarada, los testigos vieron que el fuego, formando una especie de bóveda, como la vela de un navío hinchada por el viento, protegía el cuerpo del mártir como un muro alrededor. Y él estaba en medio, no como carne quemada, sino como oro y plata ardiendo en el horno. Y los que estaban allí, en efecto, percibieron una fragancia como la que exhala el incienso o cualquier otro aroma precioso.

Al fin, aquellos malvados, viendo que el cuerpo no podía ser consumido por el fuego, ordenaron al confector que se acercara y hundiera su espada en él; hecho lo cual, brotó un caudal de sangre, tan grande que apagó el fuego y dejó asombrada a toda la muchedumbre al ver la gran diferencia entre los infieles y los elegidos.

De esta manera, el 23 de febrero del año 155 d.C. En Esmirna, Asia Menor, Policarpo dio su vida para permanecer fiel a Jesucristo y su fe inquebrantable es un testimonio poderoso a lo largo de los siglos.

La historia del testimonio de Policarpo llega hasta nuestros días de dos maneras: Eusebio de Cesarea (260/265-339) lo transcribe en parte y lo resume en su voluminosa Historia Eclesiástica y Pinio (250) (un mártir cristiano que murió en las persecuciones de Esmirna durante el reinado del emperador Decio) lo adjunta como apéndice de su Vita Polycarpi.

El manuscrito llamado El Martirio de Policarpo, es una joya de la literatura cristiana primitiva y describe la ejecución de Policarpo en forma de carta. El texto en formato de Epístola fue enviado en nombre colectivo por la Iglesia de Esmirna a la comunidad cristiana de Filomelio.

Y ahora, que toda la gloria sea para Dios, quien puede lograr mucho más de lo que pudiéramos pedir o incluso imaginar mediante su gran poder, que actúa en nosotros. ¡Gloria a él en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones desde hoy y para siempre! Amén. (Efesios 3:20-21)


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