
En los dos primeros siglos de la era cristiana, los funcionarios romanos locales fueron los principales responsables de la persecución de los cristianos.
En el siglo II, los césares se contentaron en gran medida con tratar el cristianismo como un problema local y dejar que sus subordinados lo resolvieran. Para los gobernadores romanos, ser cristiano era en sí mismo un acto subversivo, porque implicaba negarse a sacrificar a los dioses de Roma, incluidos a los emperadores deificados.
Una de las persecuciones más despiadadas ocurrió con Blandina (c. 162-177), una joven esclava cristiana que vivió en el siglo II y murió en Lugdunum (Lyon) después de ser martirizada por su fe en Jesucristo bajo el reinado de Marco Aurelio (121-180).
Blandina, la Fuerza de la Fe
En el año 177 en la actual ciudad francesa de Lyon, tuvo lugar una violenta persecución que condujo a la masacre de muchos cristianos. Entre los torturados y condenados a muerte se encontraba una joven cristiana de unos 15 años de edad, que había sido detenida durante el mes de junio y cuya heroica resistencia y capacidad para inspirar valor en los demás prisioneros cristianos despertó verdadera admiración en cada uno de ellos.
Sus hermanos en la fe y sus allegados temían que, a causa de su debilidad física, no pudiera soportar la tortura. Pero, aunque la crueldad no conocía límites, tanto que hasta los verdugos se cansaban "porque no sabían qué más podían hacerle", ella permaneció fiel y repetía a cada pregunta: "Soy cristiana y no hacemos ningún daño".
Después de varias torturas, Blandina fue llevada a un anfiteatro con un grupo de otros cristianos, entre ellos Potino (c.80-177), colgada de un poste y entregada a las fieras, pero éstas no la tocaron. Más tarde fue azotada, colocada sobre una silla de hierro rusiente y luego entregada nuevamente en una red a un toro que la lanzó al aire con sus cuernos en varias ocasiones. Sus verdugos estaban exhaustos, admirando su fuerza, porque uno solo de los tormentos que le infligieron hubiera bastado para quitarle la vida, y ella los soportó con ligereza, consolada por su fe.
El relato tradicional de la joven Blandina está recogido por Eusebio de Cesarea (c.263-339) en su Historia Eclesiástica, en lengua koiné, con algunos manuscritos supervivientes en latín, siríaco y armenio.
"La bienaventurada Blandina, de quien menos se esperaba, como una madre dignísima exhorto a sus hijos y los envió por delante victoriosos hacia el Rey, andando ella misma a lo largo de la misma senda de conflictos que ellos anduvieron, y se apresuró hacia ellos, regocijándose triunfalmente por su partida, como una que había sido invitada a una fiesta de bodas más bien que para ser arrojada a las bestias."
En aquella época, por miedo a ser torturados, los esclavos habían testificado contra sus amos que los cristianos cometían canibalismo e incesto cuando se reunían, lo cual era un rumor común sobre los cristianos durante este siglo y siglos posteriores.
En su informe al emperador, el legado imperial declaró que aquellos que se mantuvieran fieles a su creencia cristiana serían ejecutados y aquellos que negaran su fe serían liberados, y el legado imperial recibió instrucciones del emperador Marco Aurelio (121-180) que permitían que los ciudadanos romanos que persistieran en la fe fueran ejecutados por decapitación, pero aquellos que no tuvieran ciudadanía serían torturados.
La joven Blandina fue sometida a nuevas torturas junto con otros compañeros en el anfiteatro de la ciudad, hoy conocido como Anfiteatro de las Tres Galias, durante los juegos públicos. Uno de ellos, Póntico, un muchacho de 15 años y el más joven de los mártires, fue animado por Blandina a tener fe en Jesucristo, lo que le dio a Póntico de Lugdunum la fuerza para continuar hasta el final de su vida.
Casi todo lo que sabemos sobre Blandina proviene de una carta enviada desde la Iglesia de Lyon a las Iglesias de Asia Menor. Eusebio de Cesarea (c.263-339) dedica un espacio significativo a su vida y muerte en su libro citando la mencionada Epístola a Asia Menor.
"Han soportado con gran dignidad", afirma la carta, "los abusos de la plebe: insultos, golpes, zarandeos, robos, lapidaciones y todo lo que suele agradar a una muchedumbre enfurecida contra un pueblo que considera odioso".
En muchas ocasiones, cuando llegó el momento de torturarla, mostró tal resistencia que los verdugos tuvieron que turnarse. Primero la azotaron, luego intentaron que fuera devorada por fieras, y a pesar de tanto tormento, Blandina (c. 162-177) se mantuvo firme en su fe en Jesucristo, hasta que finalmente las autoridades ordenaron su asesinato.
La joven cristiana soportó estoicamente todas las torturas, afirmando repetidamente su fe en público frente a sus verdugos.
"Llevada a las fieras para un espectáculo común, Blandina fue colgada de un trozo de madera y dejada allí expuesta para que las fieras la comieran, pero éstas la respetaron y acabaron devolviéndola a prisión para guardarla para otra pelea."
Después de soportar esto durante varios días, en un esfuerzo por persuadirla a retractarse, fue llevada a la arena del Anfiteatro para ver los sufrimientos de sus hermanos en Cristo Jesús. Finalmente, como la última de los mártires, fue nuevamente azotada y asesinada con una daga en el año 177.
Su cuerpo, junto con los restos de sus compañeros, permaneció a la intemperie durante seis días antes de ser incinerado y sus cenizas arrojadas al río Ródano.
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